Perder La Religión Para Encontrar La Salvación

Kevin Sadler|La religión, con sus reglas, obligaciones, rituales y observancias, no salva a nadie. Sólo Cristo salva.

por Kevin Sadler

La Sociedad Bíblica Bereana (Berean Bible Society) publica semanalmente en su sitio web artículos devocionales con el nombre More Minutes with the Bible. En 2T15, publicamos traducciones al español de dichos artículos, con la finalidad de poner el mensaje de la gracia de Dios al alcance de los hermanos en Cristo de habla hispana. Sea de bendición para su vida.

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“Una mujer le dijo al Dr. H. A. Ironside, pastor de larga data de la Iglesia Moody de Chicago, que esperaba llegar al cielo por la fe más sus buenas obras. ‘Es como remar en un bote’, explicó. ‘Se necesitan dos remos para remar en un bote; de lo contrario, das vueltas en círculo’”.

“El Dr. Ironside respondió: ‘Ese es un buen ejemplo excepto por una cosa: ¡No voy al cielo en un bote de remos!’”1

Vamos al cielo en Cristo, por Él y por lo que Él ha hecho por nosotros en la Cruz. Sólo por la fe en Cristo, iremos al cielo. La mayoría cree que la salvación es una obra del hombre para Dios. La Palabra de Dios, sin embargo, declara que la salvación viene por gracia, una obra de Dios para el hombre.

La religión, con sus reglas, obligaciones, rituales y observancias, no salva a nadie. Sólo Cristo salva. No hay nada que podamos hacer para salvarnos y nadie puede ganarse el camino al cielo con sus buenas obras. Necesitamos perder la religión para encontrar la salvación, porque la única manera en que alguien es salvo de todos sus pecados y tiene vida eterna es confiando en la provisión perfecta hecha por nuestros pecados en la Cruz, confiando en que Cristo murió por nuestros pecados y resucitó.

Somos la circuncisión

Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne. Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más (Filipenses 3:3-4 - RV1960)

Pablo escribió: “Porque nosotros”, es decir, nosotros en la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, espiritualmente hablando, “somos la circuncisión”. En el pasado, bajo el programa profético de Dios, la “circuncisión” era física y se refería a los judíos. Hoy, bajo la gracia, la circuncisión es espiritual y se refiere a todos los que han confiado en Cristo como su Salvador.

Somos la circuncisión, no porque hayamos nacido de padres judíos. Más bien, somos la circuncisión debido a lo que Colosenses 2:10-11 enseña sobre el Cuerpo de Cristo:

Vosotros estáis completos en él… En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo

El creyente es completo en Cristo aparte de la religión y el ritualismo, enteramente en virtud de la Cruz de Cristo y de Su resurrección. La “circuncisión no hecha a mano” se refiere a una circuncisión espiritual, una amputación espiritual. “El cuerpo pecaminoso carnal”, en Colosenses 2:11, se refiere a nuestra naturaleza adámica, pecaminosa y caída. “La circuncisión de Cristo” se refiere a la muerte de Cristo en la Cruz.

Este versículo enseña que en el momento en que creímos y fuimos colocados en Cristo, pasamos por una circuncisión espiritual en la cual, posicional y judicialmente ante Dios, “el cuerpo pecaminoso carnal”, o nuestra vieja naturaleza pecaminosa, fue cortada por la muerte de Cristo por el pecado. Por la Cruz de Cristo, “somos la circuncisión”, porque la carne, nuestra naturaleza pecaminosa, fue crucificada con Cristo y cortada delante de Dios. Y así, en Cristo, somos sin pecado y justos.

Filipenses 3:3 da tres características de la circuncisión: 1) “en espíritu servimos a Dios”; 2) “nos gloriamos en Cristo Jesús”; y 3) no tenemos “confianza en la carne”.

Primero, “en espíritu servimos a Dios”. Servimos a Dios, no mediante la austeridad de las ceremonias rituales de la religión. La verdadera adoración a Dios no se basa en lo externo, sino en la actitud del corazón. En Juan 4:24, el Señor enseñó: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. “En espíritu servimos a Dios” por fe y obediencia a la verdad de Su Palabra. Y la adoración en su sentido más verdadero involucra toda nuestra vida. Un creyente adora a Dios siendo un testimonio auténtico y consistente que trae honor y gloria a nuestro Salvador.

En segundo lugar, nos gloriamos, no en las prácticas religiosas ni en nosotros mismos ni en lo que hemos hecho; en cambio, “nos gloriamos en Cristo Jesús” y en lo que Él ha hecho por nosotros por Su gracia, compasión y bondad. Nuestro orgullo es Cristo y nos gloriamos en Su Cruz. Todo lo que somos y todo lo que tenemos, espiritual y eternamente, es gracias a Cristo Jesús. Como nos recuerda 1 Corintios 1:30-31: “Mas por él [Dios] estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención… El que se gloría, gloríese en el Señor”._

En tercer lugar, no tenemos “confianza en la carne”. No dependemos de nuestros propios logros religiosos, realizaciones u obras externas para ser aceptados ante Dios. Somos de Dios porque no hemos puesto nuestra confianza en estas cosas de nosotros mismos y en cambio hemos puesto nuestra confianza únicamente en Cristo y lo que Él ha hecho a nuestro favor para salvarnos.

Mientras que aquellos que son religiosos a menudo se muestran confiados por sus logros y buenas obras, es una confianza engañosa y peligrosa. Los hombres pecadores, en su carne, no tienen motivos para confiar ante Dios. Cada persona debe llegar al punto de no tener confianza en la carne y confiar humildemente solo en Cristo.

Escribir sobre no tener confianza en la carne, desencadenó recuerdos y emociones en Pablo, al recordar cuando él mismo puso su confianza en la carne para su salvación. Esto llevó a Pablo, por el Espíritu, a darnos su testimonio personal y a darnos un autorretrato de un incrédulo religioso.

En Filipenses 3:4-6, Pablo mostró a los filipenses que, por sus logros y su herencia, superaba a todos. Si alguien podía presumir de una estricta observancia de la religión, ese era él. Si alguien tenía una razón para confiar en sí mismo y creer que sus credenciales religiosas podían ganar justicia y hacerle merecedor de la vida eterna ante Dios, ese era Pablo. Y puso sus méritos sobre la mesa; de hecho, abrió la cortina dejando al descubierto su gran vitrina de trofeos para que todos la vieran y mostró a la Iglesia que tenía más motivos para jactarse que cualquier otra persona. Abrió el libro de su vida como un auditor para mostrarnos su riqueza según la ley, pero luego reveló la verdad de cómo estaba espiritualmente en quiebra en todos los sentidos.

Pablo escribió esta parte de su carta como un desafío y una confrontación. E incluso antes de ser específico, concluyó de antemano que había superado cualquier ventaja o credencial de cualquier competidor: ¡“Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más”!

A menudo pensamos en la carne sólo como esa parte de las personas que las impulsa a cometer pecado y vivir para sí mismos. Sin embargo, aquí aprendemos que “la carne” también es orgullosamente religiosa. Y cuando la carne intenta hacer el bien y ser buena o ser mejor que los demás, es cuando es más peligrosa. Los religiosos piensan con orgullo que Dios debe aceptarlos y que no necesitan ningún Salvador.

Siete razones para jactarse

Circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. (Filipenses 3:5-6)

En estos versículos, Pablo enumeró sus siete razones personales para gloriarse en la carne. Las primeras cuatro las tuvo por nacimiento, sin elección; los tres últimos los eligió voluntariamente. Los primeros cuatro son en relación con Israel; los tres últimos en relación con la ley.

1. Circuncidado al octavo día

Pablo testificó que fue “circuncidado al octavo día”. Pablo era judío e hijo del pacto. No era un prosélito de la religión judía que fue circuncidado más tarde en su vida. Y no era ismaelita, circuncidado en el año decimotercero. En el momento adecuado, había realizado la ceremonia física que lo introdujo al pueblo del pacto de Dios (Génesis 17:9-14). Pablo llevaba en su cuerpo la marca de que era uno del pueblo elegido, señalado por Dios como suyo y apartado de otras naciones. Poseía este importante pedigrí y sus padres comenzaron su vida en estricto apego a la ley.

2. Del linaje de Israel

Por nacimiento, Pablo era “del linaje de Israel”. Pablo era un miembro de la nación que estaba en una relación de pacto con Dios. Ninguna otra nación o pueblo tenía esta relación especial. Pablo heredó todas las bendiciones de ser miembro de la nación del pacto. En Romanos 3:1-2, Pablo escribió: “¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿O de qué aprovecha la circuncisión? Mucho, en todas maneras…” Pablo tenía estas ventajas, siendo del linaje de Israel. Pablo era descendiente físico de Abraham, Isaac y Jacob. No descendía de Ismael (el hijo de Abraham y Agar) ni de Esaú (el otro hijo de Isaac). La sangre de Jacob corría por sus venas.

3. De la tribu de Benjamín

De Jacob, Pablo era “de la tribu de Benjamín”. Benjamín fue uno de los dos hijos de Raquel, la esposa favorita de Jacob. Esta tribu tenía una rica historia, incluido el honor de que el primer rey de Israel, Saúl, fuera benjamita (1 Samuel 9:21). Cuando el reino se dividió después de la muerte de Salomón, la tribu de Benjamín, junto con Judá, permaneció leal a la dinastía davídica y se mantuvo fiel al templo como el lugar de adoración legítimo de Dios. Mardoqueo fue usado por Dios, junto con Ester, para salvar a los judíos del genocidio, y él era de la tribu de Benjamín (Ester 2:5). ¡Esta era una tribu prominente y prestigiosa! Ser “de la tribu de Benjamín” era llevado con orgullo como una insignia de honor para Pablo.

4. Hebreo de hebreos

Pablo era “hebreo de hebreos”. Pablo era un hijo hebreo de padre hebreo y madre hebrea. Era un judío de sangre pura, de linaje hebreo puro y sin sangre gentil impura en su línea familiar. Siendo un hebreo de hebreos, estaba completamente familiarizado con el idioma, las costumbres y las Escrituras hebreas. En la carne, Pablo podía confiar, y así lo hizo, en su rica herencia de ser uno de los elegidos del pueblo terrenal de Dios.

5. En cuanto a la ley, fariseo

“En cuanto a la ley, fariseo” significaba que Pablo era un judío devoto, perteneciente a la secta que era conocida por ser los observadores y defensores más estrictos y meticulosos de la Ley Mosaica. A diferencia de los teólogos más liberales de los saduceos, Pablo era ortodoxo hasta la médula. Su padre antes que él había sido fariseo. Ante el Sanedrín en Hechos 23:6, Pablo testificó: “Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo”. Ante Agripa, Pablo testificó: “conforme a la más rigurosa [más estricta] secta de nuestra religión, viví fariseo” (Hechos 26:5). Pablo se entrenó y estudió con Gamaliel (Hechos 22:3), un fariseo célebre y venerado (Hechos 5:34). Pablo había vivido para conocer, interpretar, guardar y obedecer la Ley.

6. En cuanto a celo, perseguidor de la iglesia

“En cuanto a celo, perseguidor de la iglesia”, nos enseña que Pablo era un activista y no un religioso pasivo. Pablo puso en práctica su creencia con ardor y militancia. Era un fanático del judaísmo. Castigó a los que creían en Jesucristo y Su resurrección. Fue el cabecilla de la persecución de la iglesia del Reino, desde la muerte de Esteban (Hechos 7:58) hasta su propia conversión (Hechos 8:3). Pablo era implacable y estaba dispuesto a hacer todo lo posible para agradar a Dios.

7. En cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible

“En cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible”. Según todas las apariencias, Pablo se ajustaba perfectamente a la ley. Cuando los hombres lo juzgaron según la justicia que exigía la ley, fue irreprochable. Pablo no dijo que estaba libre de pecado, pero en el lugar y momento en que falló, trajo el sacrificio prescrito. Para quienes lo conocieron, y ante sus propios ojos, era un judío modelo que vivía impecable y meticulosamente según la ley y la tradición judías. ¡Se podría decir que obtuvo cien puntos en judaísmo! Como resultado de su propio esfuerzo y justicia propia, Pablo se creía justo ante Dios.

Lo tengo por basura

Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe (Filipenses 3:7-9)

Pablo una vez puso las siete credenciales antes mencionadas en su columna de ganancias y dividendos espirituales, pero ahora las colocó en la columna de pérdidas. Todos sus logros y privilegios religiosos ahora eran inútiles para él en comparación con Cristo.

Pablo tenía mucho que perder al poner su fe en Cristo, y lo perdió todo en cuanto a poder y prestigio entre sus pares, y en su religión. Sin embargo, después de que Pablo encontró a Cristo resucitado en el camino a Damasco, todos sus preciados logros y ganancias religiosas se convirtieron en déficits y pérdidas. Este hombre orgulloso fue humillado y su manto de justicia de la ley se convirtió en trapo de inmundicia (Isaías 64:6), y abandonó sus obras de justicia por la justicia de Cristo. Puede que Pablo haya perdido algunas cosas, pero su ganancia fue infinita: ganar a Cristo, la vida eterna y la justicia de Dios.

Al poner estas siete credenciales en la columna de pérdidas, Pablo vio cómo la salvación ya no venía por medio de rituales o ceremonias como la circuncisión judía. Así, sabemos que la salvación no viene a través de las ceremonias de la misa católica, el bautismo en agua, la Eucaristía, la confirmación, el abandono de esto o aquello, o cualquier otro rito o ceremonia.

Pablo aprendió que estar con Dios no se obtiene por nacimiento, estado familiar, raza o nacionalidad. Cuál sea tu raza o nacionalidad, dónde naciste y quiénes son tu padre, tu madre o tus abuelos no tienen ningún peso en tu salvación personal. No eres cristiano porque tus padres eran cristianos. Lo que importa es si has confiado en Cristo o no.

Pablo aprendió que la justicia no se logra siendo un erudito o una persona devota y religiosa, ni tampoco se gana guardando la ley. Pablo aprendió que el celo religioso no garantiza nada y no significa nada cuando está equivocado. Del mismo modo, los religiosos, que por todas las apariencias parecen piadosos y buenos, que guardan los Diez Mandamientos y están dispuestos a hacer cualquier esfuerzo y pagar cualquier precio para agradar a Dios, que oran con celo, ayunan, sirven a los demás, van a la iglesia, alimentan a los pobres y dan caridad, todo ello sin confiar solo en Cristo para salvarlos, están muertos en sus pecados y encaminados al juicio del fuego eterno en el infierno.

La religión y el celo por las obras religiosas no cuentan para nada en cuanto a la salvación o la justicia. Pablo aprendió que tenía que perder su religión para encontrar la salvación. Lo que Pablo ganó al perder su religión y sus logros religiosos fue a Cristo. Y una relación personal con nuestro Salvador es infinitamente superior a todas las demás cosas en todos los aspectos.  Después de su conversión, la pasión equivocada de Pablo por la religión se convirtió en una pasión bien guiada por Su Salvador. Y fue después de su conversión que Pablo realmente comenzó a vivir.

En Filipenses 3:8, Pablo consideró como “pérdida” no solo las siete cosas enumeradas en los versículos 5-6, sino que lo amplió para incluir “todas las cosas”. Consideraba todo lo que pudiera ser un rival de Cristo (todas las obras, los privilegios y los logros de la carne) como una pérdida, una carga y una desventaja.

Pablo no quería privarse de “la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor”. Pablo estimó todas las cosas religiosas como pérdida, para poder alcanzar la incomparable grandeza de conocer personalmente a Cristo Jesús su Señor, y crecer en su conocimiento cada vez más. El conocimiento personal y experiencial de Cristo que surgió de su relación con Él fue superior a todas las cosas en la vida de Pablo. Y como esa relación con Cristo, basada en la fe, es preeminente sobre todas las cosas en nuestras vidas, encontraremos el mismo gozo, propósito y bendición que encontró Pablo.

Pablo escribió: “por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:8). Pablo había desechado todo con lo que había contado y trabajado anteriormente para tratar de ganarse el favor de Dios. Todo en lo que había puesto su corazón, todas sus esperanzas y sueños de honor y distinción, y todas sus credenciales y logros religiosos, Pablo vio todo eso de manera muy diferente después de confiar en Cristo.

Ahora lo consideraba todo solo como “estiércol”, o desperdicios, basura, que se tira a la calle o a los perros. Utilizando el lenguaje más fuerte, Pablo expresó su desdén por todas las obras religiosas mediante las cuales había tratado de impresionar a los hombres y a Dios. En vista y en comparación con el valor incomparable de ganar y conocer a Cristo, todo era inútil y detestable.

Todo lo que le importaba a Pablo era “ser hallado en él” (Filipenses 3:9). Y ese es un lugar precioso que podemos encontrar: “en Él”, confiando en Él, nuestra vida escondida en Él, un miembro de Su Cuerpo, y perdiéndonos a nosotros mismos y nuestra identidad en Él.

La justicia había sido la gran meta de la vida de Pablo como fariseo, y pensó que la alcanzaría por sí solo guardando religiosamente la ley. Pero estando en Cristo, ya no se aferraba a su superioridad moral al guardar la ley. Ahora tenía justicia verdadera, completa e indiscutible, el don de la justicia de Dios. Esto se da y se recibe “por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Filipenses 3:9), o por la fidelidad de Cristo y nuestra fe en Cristo. La salvación requiere la justicia que tiene su fuente, no en nosotros mismos, sino “de Dios”. Y recibimos la justicia de Dios “por la fe” y solo por la fe.

¿Qué hay detrás de tu máscara?

“En la ciudad de Basilea, Suiza, cada año hay un carnaval que Tiene lugar al inicio de la Cuaresma. Es muy parecido al Mardi Gras… siempre es un asunto salvaje, con todo el libertinaje que uno asocia con la temporada de carnaval. Y todos saben lo que sucede, aunque es posible que no sepan exactamente quién lo hace, porque la gente usa máscaras. Cada año, el Ejército de Salvación utiliza la temporada de carnaval para anunciar el Evangelio. Y lo hace de una manera sorprendente. Por toda la ciudad, el Ejército de Salvación coloca vallas publicitarias y carteles que contienen las palabras en alemán: ‘Gott sieht hinder deine maske!’. Esto significa: ‘Dios ve detrás de tu máscara’”. 2

Dios ve detrás de las máscaras que usamos todos los días. Dios está mirando tu corazón y el mío. ¿Qué ve Él detrás de tu máscara? ¿Ve hechos religiosos que no están respaldados por la vida divina interior? ¿Ve Él la creencia de que puedes ganarte Su favor? ¿Ve Él tu rechazo de Jesucristo como tu Salvador?

Necesitamos llegar a la misma comprensión a la cual llego Pablo: que la salvación y la vida eterna no se encuentran al intentarlo, ni al ser religioso, ni al trabajar por ellas, sino recibiendo el don gratuito de la salvación al confiar únicamente en Cristo como nuestro Salvador personal.

Si desea ver el correspondiente video para este artículo por Transformed by Grace, visite https:// www.vlifetech.com/transformed-by-grace/archive/331

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