Tres Veces Cuando El Señor No Respondió

Cornelius R. Stam|¿Por qué nuestro Señor guardó silencio en estas tres ocasiones?

por Cornelius R. Stam

La Sociedad Bíblica Bereana (Berean Bible Society) publica semanalmente en su sitio web artículos devocionales con el nombre More Minutes with the Bible. En 2T15, publicamos traducciones al español de dichos artículos, con la finalidad de poner el mensaje de la gracia de Dios al alcance de los hermanos en Cristo de habla hispana. Sea de bendición para su vida.

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UNA MUJER GENTIL EN PROBLEMAS (Mateo 15:21-28)

El relato de Marcos sobre nuestro Señor y la mujer sirofenicia describe cómo Jesús había tratado de ocultarse del público pero “no pudo esconderse” porque esta mujer, cuya hija estaba siendo atormentada por un demonio, había oído de Su presencia y lo había buscado.

En su angustia, gritó: “Ten misericordia de mí”, pero ella no dejó de reconocer Su posición real, dirigiéndose a Él, “Señor, hijo de David”.

Pero Jesús no le respondió palabra (Mateo 15:23 - RV1960)

El que había recorrido las ciudades de Israel ayudando a los oprimidos; Él, que siempre había sido tan rápido en responder a los llamamientos de los necesitados, ni siquiera respondió a esta pobre alma. ¡Y podía guardar silencio con énfasis! Ni una palabra recibió en respuesta a sus gritos de angustia.

Su conducta fue un abierto rechazo. Evidentemente, no quiso mostrar bondad, ni siquiera cortesía hacia esta mujer.

Es posible que sus discípulos hayan entendido su acción, porque la mujer era gentil. Sin embargo, intercediendo por ella, “le rogaron, diciendo: Despídela, 1 pues da voces tras nosotros” (Mateo 15:23).

Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mateo 15:24)

Nótese bien, esto fue dicho a Sus discípulos, porque Él todavía se negaba a hablar con la mujer. Él le estaba enseñando una lección que ella tenía que aprender: que ella no tenía ningún derecho sobre el Hijo de Dios, ningún derecho a esperar ayuda de Él. Dios había abandonado a los gentiles hacía mucho tiempo cuando, en la torre de Babel, dejaron claro que ni siquiera querían tenerlo en cuenta

Y como no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen 2 (Romanos 1:28)

Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! (Mateo 15:25)

Cayendo a sus pies, ella le suplicó ayuda.

Ante esta patética súplica, el Señor se vio obligado a dirigirse a ella, pero de ninguna manera consintió en ayudarla. Primero ella debe aprender la lección que Él había comenzado a enseñar; sí, y nosotros también debemos aprenderla; es por eso que este incidente está registrado para nosotros en las Escrituras.

Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles… estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo (Efesios 2:11,12)

Por eso el Señor parecía tan obstinado en su trato con la mujer sirofenicia. Incluso ahora, Él se dirige a ella sólo para señalarle por qué no debería ayudarla. Por tercera vez encontramos que se utiliza una respuesta negativa. Primero ella había clamado pidiendo ayuda, “Pero Jesús no le respondió palabra”. Entonces sus discípulos intercedieron por ella, pero “él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Ahora ella cae a Sus pies y le ruega la ayuda que sólo Él puede brindarle, pero

Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.

Y ella dijo: Sí, Señor… (Mateo 15:26,27)

Ah, ella ha aprendido la lección y francamente ha reconoció su indigna posición. Y aquí su fe brilla cuando señala que, si bien ella no tiene ningún derecho sobre Él, Él puede, si quiere, mostrarle misericordia. Se cuenta la historia de una mujer cuyo hijo, un soldado del ejército de Napoleón, había sido condenado a muerte. Mientras suplicaba al Emperador que tuviera piedad de su hijo, el Emperador dijo: “Pero él no merece misericordia. Esta es su segunda infracción grave”. “Pero señor”, respondió la mujer, “no sería misericordia si la mereciera”; por lo que Napoleón concedió el perdón a su hijo.

Sí, nosotros también debemos aprender esta lección. Como hemos visto, los gentiles son ajenos a los pactos de las promesas (Efesios 2:12). Estas promesas pertenecen a Israel (Romanos 9:4). Incluso durante el reino de Cristo, cuando las naciones finalmente sean llevadas a los pies del Mesías, no será en cumplimiento de ninguna promesa que se les haya hecho. Será en cumplimiento de las promesas hechas a Israel. Esto se muestra claramente en Romanos 15:8,9:

Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión 3 para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia.

Y entonces la mujer continuó suplicando:

Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. (Mateo 15:27)

Cabe notar que nuestro Señor usó el diminutivo para perro, “perrillo”. Este fue el primer indicio de la compasión que Él tenía en Su corazón por ella y ella rápidamente lo aceptó. Había hablado de “echar” la comida de los niños a los perrillos. Ella, a su vez, había reconocido su lugar, pero había argumentado: ¿No podía el amo dejar “caer” algunas migajas de su abundante mesa para que las tomaran los perrillos? ¿No tenía él derecho a hacer esto?

¡Qué súplica! ¡Qué fe tanto en Su amor como en Su poder! Piense en llamar a la expulsión de un demonio “migajas de la mesa del maestro”. Había mostrado un aprecio más profundo por el poder de bendición de Cristo que el que se podía encontrar en cualquier lugar en Israel. ¿Cómo podríamos esperar que la historia termine de otra manera?

Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora. (Mateo 15:28)


UNA JUDÍA EN PROBLEMAS (Juan 8:1-11)

Pasamos ahora de la historia de la mujer gentil a la de una judía, también en problemas, pero de naturaleza muy diferente.

Nuestro Señor había pasado la noche en el Monte de los Olivos, su lugar habitual de oración, y había llegado temprano por la mañana al templo, donde la gente se reunía para oírle enseñar.

Los escribas y fariseos también habían llegado temprano, pero por un motivo muy diferente. Mientras el Señor había estado en el monte de los Olivos, ellos habían estado ocupados en los asuntos más vergonzosos.

Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. (Juan 8:3,4)

Si hubieran tenido un celo honesto por “limpiar Jerusalén”, podría haber habido alguna excusa para su conducta. Pero no tenían motivos tan elevados. Habían buscado y aprehendido a esta mujer, no porque estuvieran tan sorprendidos por su conducta o porque fueran tan celosos de la santa ley de Dios. Querían “atrapar” a Aquel cuya santidad había descubierto su hipocresía. Y para lograr su propósito se habían rebajado a esto. Estos personajes viles, realmente más alejados de Dios que la mujer que habían atrapado en pecado, ahora la ponen en medio no principalmente para humillarla a ella, sino _a Él. ¡De qué despreciable iniquidad es capaz el corazón humano, sí, el corazón religioso!

Habiendo puesto a la mujer “en medio” proceden a recordarle al Señor que Moisés ordenó “apedrear a tales mujeres”, exigiendo una respuesta de Su parte: “Tú, pues, ¿qué dices?” (Juan 8:5).

Estos hombres eran diabólicamente inteligentes. Razonaron: Él siempre está hablando de perdonar a los pecadores. Dice que los publicanos y las rameras entrarán antes que nosotros en el reino de Dios (Mateo 21:31). Ahora lo obligaremos a reconocer que esta mujer debería ser apedreada o a defender abiertamente la inmoralidad tomando partido por una ramera contra Moisés.

Ahora bien, esta judía tenía una gran ventaja inicial sobre la mujer gentil de Mateo 15. En Romanos 3:1,2 leemos:

¿Qué ventaja tiene, pues, el judío? ¿o de qué aprovecha la circuncisión?

Mucho, en todas maneras. Primero, ciertamente, que les ha sido confiada la palabra de Dios.

Era un gran honor que se le confiara la Ley escrita, la voluntad revelada de Dios, y también era una gran responsabilidad; una responsabilidad que, si se viola, cambiaría su posición de una posición de clara ventaja a otra de clara desventaja. Y esta es exactamente la situación en la que se encontraba esta judía.

De hecho, esta era la razón por la que la Ley había sido dada a Israel. Ya se había demostrado que los gentiles eran irremediablemente depravados; ahora Dios dio la Ley a Israel para demostrar que el judío no era mejor: ¡que los hijos de Abraham eran, después de todo, hijos de Adán también! Así, lo que los había elevado posicionalmente por encima de los gentiles, los había hecho descender nuevamente al mismo nivel. Está mujer había quebrantado la Ley y ésta la había condenado.

Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre, y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios. (Romanos 3:19)

La Ley es el gran nivelador de la humanidad. Nadie puede jactarse en su presencia.

Así esta judía ahora estaba condenada ante el santo Hijo de Dios. La mujer gentil había buscado fervientemente tener acceso a la presencia de Cristo, pero estar delante de Él era lo último que esta judía habría deseado.

En realidad, toda esta atención no deseada, fue una bendición disfrazada para esta mujer. Le enseñó, de otra manera, la misma lección que la mujer sirofenicia había tenido que aprender: que ella tampoco tenía derecho alguno ante el Hijo de Dios, ningún derecho, más que a su condenación.

Pero nuestro Señor se propuso enseñarles esta lección también a sus acusadores; estas “personas justas que no necesitaban arrepentimiento” y se habían jactado una y otra vez de ser hijos de Abraham (Lucas 15:7).

Ignorando sus demandas, se agachó para escribir en el suelo, mientras estaba en medio. No se nos dice lo que escribió, pero el acto mismo nos recuerda que los diez mandamientos también fueron escritos con “el dedo de Dios” (Éxodo 31:18). Pero no aceptarían ser ignorados, y continuaron exigiendo que Él diera su veredicto sobre el asunto. “Y como insistieran en preguntarle” —¡obtuvieron lo que pedían!

El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. (Juan 8:7)

Se sugiere que las palabras “sin pecado” aquí no significan sin ningún pecado, sino sin el pecado en cuestión, es decir, “el que esté libre de pecado de ella, que le arroje primero la piedra”.

¡Increíble respuesta! ¡Reprensión fulminante!

Considérelo cuidadosamente: Él no había ignorado la Ley ni había tomado parte con un pecador contra Moisés. No había negado que la mujer mereciera la muerte por lapidación. Simplemente había señalado que ellos estaban en una posición bastante pobre para presentar la acusación, ya que tenían las manos sucias. Sí, la mujer debería ser apedreada, ¡y ellos también! Así, ellos mismos quedaron atrapados en la trampa que le habían tendido.

Habiendo dado su respuesta, el Señor se inclinó para escribir de nuevo en el suelo y dejó que esa simple frase hiciera su trabajo.

Pero ellos, al oir esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio (Juan 8:9)

¡Qué combinación tenemos ahora! ¡Una gran pecadora y un gran Salvador!

Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?

Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más (Juan 8:10,11)

¿Qué otro proceder habríamos esperado que tomara el Señor? Los escribas y fariseos habían llevado a esta mujer ante Cristo para juzgarla, pero ahora ni siquiera estaban allí para presentar la acusación. ¡Habían abandonado la sala en medio del juicio!

“Ni yo te condeno; ¡Vete y no peques más!”

Esto era lo que realmente importaba. Lo que los escribas y fariseos dijeran o pensaran sobre ella realmente ya no importaba nada; Él la había perdonado libremente. Y así había recibido ayuda de Cristo, no porque perteneciera al linaje elegido, pues, condenada por la Ley, había perdido todo derecho a ser considerada por este motivo. Él la había ayudado, tal como había ayudado a la mujer gentil, en su propia gracia soberana.

Pero bien cabe preguntarse en este punto si este perdón gratuito de un criminal convicto estaba completamente de acuerdo con la justicia. Y para hacer la pregunta más personal para nosotros: ¿Está el perdón gratuito de Dios, sí, la justificación de los pecadores que creen en Cristo hoy, en concordancia con la justicia?

En Deuteronomio 25:1, Moisés, en el nombre de Dios, Encargó estrictamente a los jueces de Israel:

Si hubiere pleito entre algunos, y acudieron al tribunal para que los jueces los juzguen, estos absolverán al justo, y condenarán al culpable.

Esta es la justicia básica; la premisa sobre la cual se fundamenta la ejecución de la ley en cualquier país. Es tan fundamental que uno se pregunta por qué es necesario mencionarlo.

En Job 8:20 encontramos a Bildad Suhita diciéndole a Job:

He aquí, Dios no aborrece al perfecto, ni apoya la mano de los malignos.

Y a esto Job respondió:

Ciertamente yo sé que es así (Job 9:2)

En Proverbios 17:15 Dios nos dice lo que siente por aquellos que quebrantan este fundamento mismo de la justicia:

El que justifica al impío y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación a Jehová.

Esta es la razón por la que el constante intento de todo pecador de balancear sus cuentas (todas sus buenas obras y actuaciones religiosas, todas sus penitencias, lágrimas y oraciones) no logran hacerlo aceptable ante los ojos de Dios.

Pero, ¿qué es esto que encontramos al examinar el resto del registro? ¿No condenó Dios al justo en el caso de Cristo? ¿No es cierto que Dios le permitió morir avergonzado y deshonrado en la Cruz del Calvario por pecados que nunca había cometido? ¿No leemos que “Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Isaías 53:10)? ¿No está escrito que “[Dios] lo hizo pecado?” (II Corintios 5:21).

Y es más, ¿acaso Dios mismo no justifica cada día a los malvados e incluso les ofrece perdón y justificación gratuitos, no importa lo culpables que sean? ¿No leemos en Romanos 4:5:

Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia

¿Cómo puede Él hacer esto sin violar las reglas básicas de la justicia?

Esta pregunta nos lleva a otra ocasión en la que nuestro Señor se negó a responder. Y aquí encontraremos por qué nuestro Señor pudo ayudar tanto al gentil como al judío y por qué, incluso hoy, puede justificar “al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26) y aun así mantener una justicia perfecta.

EL HIJO DE DIOS ANTE SUS ACUSADORES (Mateo 26:62,63; 27:12-14)

Esta vez es el Señor mismo quien está en problemas. Está siendo juzgado por su vida ante los representantes de la ley hebrea y romana. ¡Piénsalo! ¡Ellos se sientan a juzgarlo!

Primero comparece ante Caifás, el judío, acusado de toda clase de crímenes.

Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti?

Mas Jesús callaba…” (Mateo 26:62,63)

Luego se presentó ante Pilato, el gentil, mientras la multitud, incluidos los gobernantes de Israel, clamaban por su muerte.

Y siendo acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió.

Pilato entonces le dijo: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti?

Pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho (Mateo 27:12-14)

Pero ¿por qué no respondió? ¿Por qué se quedó allí sin palabras, asumiendo la culpa por pecados que no había cometido? Al imaginar la escena uno siente ganas de gritar: ¡Señor, responde por ti mismo! ¡Diles la verdad! ¡Expón la maldad de estas criaturas despreciables!

Seguramente el Señor podría haber dado mil respuestas y haber atado a sus acusadores en mil nudos. Conociendo todo acerca de ellos, como lo conocía, podría haber desvelado evidencia que los habría hecho huir de la escena.

¿Por qué no lo hizo? Porque había venido al mundo especialmente para morir por el pecado del hombre. Así como había tomado Su lugar con los pecadores en Su bautismo por Juan (Mateo 3:5,6,13-15), así ahora debía tomar el lugar de los pecadores, en condenación y muerte.

Algunos se han preguntado por qué Isaías lo describe como una oveja delante de sus trasquiladores, muda y sin abrir la boca, cuando en realidad dijo muchas cosas importantes en sus pruebas. La respuesta es que cuando fue acusado, él guardó silencio y asumió la culpa. De hecho, si los pecadores de todas las épocas hubieran estado allí y lo hubieran acusado de sus pecados, Él no habría dicho una sola palabra en defensa propia. Sí, y si usted y yo hubiéramos estado allí, acusándolo de nuestros pecados, tratando de echarle la culpa de nuestros pecados, Él todavía habría permanecido mudo; tan infinito era Su amor por nosotros; tan grande es su determinación de llevar nuestro juicio por nosotros. ¡Míralo parado allí! Sí, Él es culpable; no en sí mismo, sino como nuestro representante, porque Él está allí, no simplemente para nosotros, sino como nosotros, asumiendo toda la responsabilidad por nuestros pecados. Así, Dios puede dispensar gracia a los pecadores porque impartió juicio sobre el pecado en el Calvario.

Ni la mujer sirofenicia ni la judía caída comprendieron todo esto, por supuesto, porque aún no había sucedido. De hecho, del gran propósito de Dios en el Calvario se daría “testimonio a su debido tiempo” a través del apóstol Pablo, algunos años después de la crucifixión (I Timoteo 2:4-7). Sin embargo, fue la base sobre la cual Él pudo ayudar con justicia a ambas mujeres, y es la base sobre la cual Él siempre ha justificado a los pecadores, ya sean judíos o gentiles.

Amigo no salvo, ¿clamarás a Dios para que te salve, por el amor de Jesús? Él está listo para salvarte, pero debes clamar. ¿Lo harás ahora?

Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.

Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas;

la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen…

siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús,

a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, 4

con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús.

¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida (Rom. 3:20-27)

¡Aleluya! ¡La Ley reduce a judíos y gentiles al mismo nivel y la gracia los acepta allí!

Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:22,23)

Porque no hay diferencia entre judío y griego; pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan (Romanos 10:12)

Notas:


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