por Ricky Kurth
La Sociedad Bíblica Bereana (Berean Bible Society) publica semanalmente en su sitio web artículos devocionales con el nombre More Minutes with the Bible. En 2T15, publicamos traducciones al español de dichos artículos, con la finalidad de poner el mensaje de la gracia de Dios al alcance de los hermanos en Cristo de habla hispana. Sea de bendición para su vida.
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Hace muchos años, el ex presidente Richard Nixon asistía a la iglesia con un amigo que resultaba ser clérigo. Cuando pasaron el plato de ofrendas, el presidente le susurró a su amigo: “He olvidado mi billetera; ¿Podrías prestarme un billete?” Al contar la historia años más tarde, su amigo dijo: “¡Puedes estar seguro de que le di el billete más grande que tenía en mi billetera!” Sabía que el presidente nunca le diría a un ministro: “¡No quiero dar tanto!”
Aunque este incidente fue quizás lo suficientemente inocente, a lo largo de los siglos, los líderes religiosos han empleado muchos trucos menos escrupulosos para lograr que la gente se deshaga de grandes cantidades de su dinero. Tales artimañas sin principios deshonran al Dios que estos ministros dicen representar. Por el contrario, nuestro propósito en este artículo será simplemente exponer lo que Dios mismo tiene que decir sobre el tema de dar en II Corintios 8 y 9, el pasaje principal sobre este tema en las epístolas de Pablo.
Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia (II Corintios 8:1 - RVR1960)
Pablo comienza diciendo: Permítanme contarles sobre el efecto que la gracia de Dios ha tenido en las iglesias macedonias. Pero ¿cómo podría Pablo medir el efecto de la gracia de Dios en la vida de los santos macedonios? ¿Tenía un “medidor de gracia”? ¡Hoy tenemos medidores que pueden medir casi todo, incluida la cantidad de microondas que pueden estar escapando de su horno! Pero también hay un medidor de gracia, y Pablo habla de ello en el versículo 2:
que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad (II Corintios 8:2)
Según Pablo, la “generosidad” de un creyente hacia la obra del Señor es una medida precisa del efecto de la gracia de Dios en su vida. Y cuando notamos que los macedonios dieron en “profunda pobreza”, resultado de una “grande prueba de tribulación” que habían soportado, nos damos cuenta de que no es solo nuestro dar lo que revela nuestro aprecio por la gracia de Dios, sino nuestro dar a pesar de nuestras circunstancias. Muchos cristianos planean ayudar financieramente a la obra del Señor, tan pronto como sean liberados de las difíciles circunstancias en las que se encuentran en el momento actual. Sin embargo, la vida para la mayoría de nosotros es poco más que una serie continua de circunstancias difíciles. Y es la fidelidad financiera al Señor a pesar de nuestras circunstancias lo que nos hace dignos herederos del majestuoso legado que se encuentra en el ejemplo de estos nobles macedonios.
Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas,
pidiéndonos con muchos ruegos que los concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos (II Corintios 8:3,4)
Es conmovedor leer cómo estos santos rogaron a Pablo que les permitiera dar “más allá de sus fuerzas”. Generalmente es el pastor quien debe rogar al pueblo que dé, ¡y qué incómodo es escuchar tales llamados! Mark Twain comentó una vez que después de soportar una larga llamada de ofrenda, no sólo no se inmutó a dar, sino que cuando el plato se acercó, ¡realmente sacó algunas monedas! ¡Cuánto más agradable fue para Pablo oír a los macedonios suplicarle que recibiera su ofrenda! La diferencia queda bien ilustrada en el siguiente ejemplo.
Pocos de nosotros disfrutamos del regateo que hay que soportar cuando compramos un automóvil. ¡Estamos decididos a bajar el precio, mientras que el vendedor está igualmente decidido a subir el precio! ¡Qué agotador puede ser este proceso y qué agotador para los nervios! Pero comparemos esto con lo que ocurrió cuando contratamos a un amigo para empapelar una habitación de nuestra casa. Cuando terminó, intentamos pagarle más de lo que pidió, mientras él insistía en recibir menos. El regateo que realizamos fue similar al de la compra de un coche, ¡pero mucho más agradable! De la misma manera, cuánto más placentero es el proceso cuando el pueblo de Dios ruega a sus siervos para que reciban su ofrenda, en lugar de al revés.
Cabe señalar aquí que “los santos” (II Corintios 8:4) a los cuales los macedonios anhelaban ayudar con su ofrenda eran los los santos pobres en Jerusalén (Romanos 15:25-27). Estos eran los santos pentecostales a quienes no les faltaba nada mientras el Espíritu les dió poder sobrenatural para juntar sus recursos y vivir como uno (Hechos 4:31,32). Sin embargo, después de que Israel demostró que había rechazado el ministerio del Espíritu cuando apedrearon al profeta lleno del Espíritu de Dios, el programa del reino se vino abajo en Jerusalén, y aquellos que no conocían ninguna carencia pronto necesitaron “socorro” (Hechos 11:27-30).
Si bien era correcto que los primeros creyentes gentiles ministraran cosas materiales a los judíos que los habían beneficiado espiritualmente (Romanos 15:27), esta obligación ya no es vinculante para nosotros. Esa situación temporal creada por ese cambio dispensacional transitorio ya pasó, junto con cualquier obligación financiera de nuestra parte para cumplirla. Hoy, Pablo dice que cuando apoyamos financieramente a pastores y maestros, estamos ministrando materialmente a aquellos que nos ministran espiritualmente (I Corintios 9:11).
Dado que Pablo usa a los macedonios para ejemplificar la ofrenda sacrificial, tal vez El lector se pregunta si Dios quiere que los creyentes hoy dieran “más allá de sus fuerzas”. Sentimos que el apóstol continúa abordando esta pregunta en el siguiente versículo de nuestro texto:
Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios (II Corintios 8:5)
Cuando los macedonios dieron más allá de sus posibilidades, esto no fue como Pablo había esperado, fue mucho más allá de lo que había esperado. Pablo nunca esperó que nadie diera más allá de sus fuerzas. Sabía que para el mundo que los rodeaba, esto parecería irresponsable. Incluso hoy en día, cuando escuchamos de personas que dan de manera tan irresponsable, nos preguntamos qué tipo de culto los ha engañado para actuar de manera tan irracional.
Entonces, ¿actuaban los macedonios de manera irresponsable? No, no fue imprudente por su parte dar más allá de sus fuerzas en ese momento. Verá, ellos, como Pablo, creían que el Rapto vendría durante sus vidas. Note que Pablo se refiere dos veces a “nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor” (I Tesalonicenses 4:15,17). Esta fue una convicción por parte de Pablo que sin duda transmitió a sus oyentes, entre los que se incluirían estos macedonios.
Así, lejos de ser irresponsable, fue noble para los macedonios dar más allá de sus posibilidades. Esa donación expresaba su fe en la verdad del inminente regreso de Cristo. Esto es similar a cómo los santos pentecostales vendieron sus posesiones en vista de la Segunda Venida de Cristo para establecer el reino, venida que también estaba cerca, pero que fue interrumpida por la dispensación de la gracia. Esas donaciones también nos recuerdan cómo, a medida que se acercaba el fin de la Segunda Guerra Mundial, muchos hombres menores de edad mintieron sobre su edad para alistarse, temiendo que el conflicto terminara antes de que tuvieran la oportunidad de servir a su país. De manera similar, los macedonios temían que el Señor viniera antes de que tuvieran la oportunidad de dar todo por Él.
Sin embargo, hoy es irresponsable dar más allá de nuestras posibilidades. A través de una revelación progresiva, el apóstol Pablo finalmente se enteró de que no viviría para ver el Rapto. Por eso le ordenó a Timoteo que él cumpliera el encargo que Pablo le había dado “hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo_._” En ese momento, Pablo Sabía que él mismo tal vez no viviría para guardar el mensaje de Gracia hasta la venida del Señor. Y es a la luz de esta nueva revelación que nosotros también debemos vivir. Bien se ha dicho que debemos vivir nuestras vidas como si el Señor viniera hoy, pero planear nuestras vidas como si Él no viniera en nuestra vida, y estos planes incluirían cómo contribuimos a la obra de Dios.
¿Cuánto deberíamos entonces dar? Está claro que en la dispensación de la gracia, debemos dar generosa pero sensatamente, “cada uno conforme a lo que [tiene]” (Hechos 11:29), y “según haya prosperado” (I Corintios 16:2). Algunos sostienen que Dios no está prosperando a los hombres hoy, y es cierto que la palabra “Dios” no aparece en el texto griego en 1 Corintios 16:2. Sin embargo, creemos que esta elipsis fue proporcionada legítimamente por nuestros traductores de la versión King James, y que es Dios quien nos prospera, y que debemos dar en consecuencia, como para Él.
Dicho esto, el poder que permitió a los macedonios dar tan generosamente todavía está a nuestra disposición hoy. Leemos que ellos “se dieron primeramente al Señor”, lo que les dio el poder para dar tan generosamente. Nuestro dinero siempre seguirá nuestro corazón, y en la medida que nos entreguemos al Señor, en esa medida nos encontraremos dando como lo hicieron los macedonios.
Finalmente, no pase por alto el hecho de que los macedonios también se entregaron a Pablo y a sus ayudantes, y que era “la voluntad de Dios” que así lo hicieran. Es nuestra convicción personal que las contribuciones de los creyentes de la Gracia deben ir exclusivamente a los ayudantes de Pablo hoy, ministerios que reconocen su apostolado único. Hay millones de cristianos que apoyarán los ministerios que no son de la Gracia, pero si los creyentes de la Gracia no apoyan los ministerios de la Gracia, ¿quién lo hará? Seguramente en la medida en que nos entreguemos a Pablo, en esa medida nuestro dar reflejará el compromiso de nuestro corazón con la verdad paulina.
de manera que exhortamos a Tito para que tal como comenzó antes, asimismo acabe también entre vosotros está obra de gracia (II Corintios 8:6)
A la luz del sacrificio de los macedonios, Pablo animó a Tito, para convencer a los corintios de que cumplieran la promesa de apoyo que habían prometido. Pero note que Pablo llama “gracia” a nuestro dar. La gracia de Dios es lo que Él hizo libremente por nosotros cuando no era necesario. De manera similar, ¡nuestro dar es lo que damos libremente a Dios cuando no es necesario! No hay ningún mandamiento a dar bajo la gracia.
Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia (II Corintios 8:7)
Antes de que los dones sobrenaturales del Espíritu fueran retirados, los corintios abundaban en ellos. Pero si bien cada uno de ellos tenía un don espiritual diferente (I Corintios 12:8-11), se esperaba que todos abundaran en la gracia de dar. Esto es significativo, ya que hoy en día algunos afirman que “dar no es mi don”. Pero como vemos, incluso cuando los dones espirituales estaban en efecto, se esperaba que todo el pueblo de Dios abundara “también en esta gracia”.
No hablo quien manda, sino para poner a prueba, por medio de la diligencia de otros, también la sinceridad del amor vuestro (II Corintios 8:8)
Aunque no estamos bajo la Ley sino bajo la Gracia, Dios nos dio muchos mandamientos a través de Pablo (I Tesalonicenses 4:2; II Tesalonicenses 3:4,6,12). Sin embargo, ¡dar no es uno de ellos! Dios quería que los corintios cuidaran naturalmente de los santos pobres de Jerusalén, y quiere que hoy nosotros cuidemos naturalmente de las multitudes perdidas y confundidas que nos rodean, y que apoyemos los ministerios que les ministran. Y así, aunque Pablo no había recibido ningún mandamiento del Señor acerca de dar, el entusiasmo de los macedonios lo impulsó a estimular a los corintios a ayudar también.
Cuando damos para la obra del Señor, “prueba… la sinceridad” de nuestro amor por Él. Qué diferente es esto de Malaquías 3:10, donde leemos:
Traed todos los diezmos al alfolí… y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición…
Bajo la Ley, Dios ordenó a Israel que trajera sus “diezmos y ofrendas” (Malaquías 3:8) para probarlo, para ver si Él no los bendeciría a cambio. Bajo la Gracia, Pablo usa esta palabra “probar” de una manera dramáticamente diferente. Pablo enseña que Dios ya nos ha bendecido “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3). Al hacerlo, Él nos está probando para ver si a cambio lo bendeciremos financieramente. Por lo tanto, cuando abundamos en la gracia de dar, demostramos la sinceridad del amor que profesamos a Dios.
Pero una vez más, no es nuestro amor a Dios en general lo que está siendo probado, sino nuestro amor a Dios por medio de Su apóstol. En este contexto, el amor que estaba siendo probado era su amor por Pablo (I Corintios 8:7). Y así es que nosotros que decimos que amamos la verdad paulina tenemos la oportunidad de demostrar la sinceridad de nuestro amor cada vez que se pasa el plato de la ofrenda.
Ahora debemos quitarnos los zapatos, por así decirlo, porque la tierra que estamos a punto de pisar es ciertamente tierra santa, ya que el apóstol nos da el ejemplo de Aquel que dijo que nos amaba y demostró la sinceridad de su amor más allá de toda duda:
Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos (II Corintios 8:9)
¡La entrega del Señor a sí mismo se llama “gracia”, porque Él libremente entregó sus riquezas en gloria cuando no tenía que hacerlo! ¿Cuán “rico” era? Antes de su encarnación, podía señalar cualquier estrella del cielo, cualquier montaña u océano de la tierra, incluso “los millares de animales en los collados” y decir: “¡Mío!” (Salmos 50:10). Y, sin embargo, por nuestro bien “se hizo pobre”.
¿Cuán pobre se hizo? Él “tomó forma de siervo” (Filipenses 2:7), y un siervo no puede señalar nada, y decir “mío”. Todo lo que tiene un siervo es propiedad de su amo. Y por eso Aquel que creó los grandes lagos y ríos de la tierra tuvo que pedir agua (Juan 4:7). Incluso las zorras y los pájaros tenían hogares que podían llamar “suyos”, pero cuando “cada uno se fue a su casa”, leemos que “Jesús se fue a el monte de los Olivos” (Juan 7:53; 8:1). Qué conmovedor es saber que los “pañales” con los que su madre lo envolvió eran poco más que jirones de harapos. Cuán conmovidos deberíamos sentirnos al ver a José y María ofreciendo humildemente el sacrificio del pobre en su nacimiento (Lucas 2:24 cf. Levítico 12:8). Tuvo que pedir prestado un establo para nacer, unos cuantos panes y peces para alimentar a las masas, un centavo para ilustrar nuestra obligación hacia el César, un burro para viajar a Jerusalén, una habitación para celebrar su última cena, y una tumba donde ser sepultado. Todo esto para que a través de Su pobreza seamos ricos.
¿Cuán ricos somos? Somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:17). Que otros envidien la herencia de los hijos de Bill Gates o Donald Trump. Somos herederos de Dios mismo y coherederos con Cristo. Dado que la frase “coherederos” significa que somos herederos iguales con Cristo, esto significa que todo lo que Él herede nosotros también lo heredaremos, algo casi demasiado precioso para imaginarlo.
Y en esto doy mi consejo; porque esto conviene a vosotros, que comenzasteis antes, no sólo a hacerlo, sino también a quererlo, desde el año pasado (II Corintios 8:10)
¿Qué había causado que los corintios incumplieran su promesa de ayuda financiera de hace un año? Los corintios eran conocidos por su carnalidad, y la carnalidad siempre interferirá con los planes mejor intencionados de dar.
La palabra “conviene” significa promover el propio interés. La palabra griega para “conviene” se traduce en otros lugares “rentable”. Por lo tanto, aquí Pablo les recuerda a los corintios que cumplir su promesa financiera les beneficiará, tanto en esta vida como en la venidera. Seguramente ricas recompensas esperan al fiel dador en el Tribunal de Cristo, pero incluso en esta vida es una bendición dar. Tenemos la palabra del Señor al respecto (Hechos 20:35). Como solía decir el pastor Stam, deseamos que todos los creyentes puedan conocer el gozo y la plenitud que el dar con sacrificio trae al alma.
Ahora, pues, llevad también a cabo el hacerlo, para que como estuvisteis prontos a querer, así también lo estéis en cumplir conforme a lo que tengáis (II Corintios 8:11)
La palabra griega para “llevar a cabo” aquí está en modo imperativo, lo que lo convierte en un comando. Si bien no hay mandamientos a dar bajo la gracia, Pablo mandó a los corintios que cumplieran la promesa que habían hecho de una contribución financiera, para que el testimonio del Señor no sufriera daño.
El edificio de la iglesia donde este escritor pastorea fue construido hace muchos años con un préstamo bancario basado en promesas de apoyo mensual de sus miembros, algunos de los cuales luego abandonaron la iglesia sin cumplir con su compromiso. Por supuesto, esto supuso una gran dificultad para los que se quedaron, y si no fuera por la fidelidad de estos queridos que tomaron el relevo, el testimonio del Señor podría haberse visto dañado en la comunidad. Y así, si bien no hay mandatos para dar bajo la Gracia, ni para hacer promesas, cuando ofrecemos nuestra palabra de dar una ofrenda, nos sujetamos al mandato del apóstol Pablo de “llevarla a cabo”.
Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene (II Corintios 8:12)
Es posible que el creyente más humilde dé más que un multimillonario, porque si nuestro corazón está dispuesto a dar, nuestro regalo es aceptado por Dios de acuerdo con lo que tenemos, y no según lo que no tenemos. “Todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará” (Lucas 12:48), pero a aquellos a quienes se les ha dado poco, Él no nos pide que demos más allá de nuestras posibilidades. Hemos escuchado historias de terror de creyentes que han sido intimidados para pedir préstamos sólo para seguir pagando sus diezmos. Seguramente Dios no se siente honrado cuando la gente se atrasa en el pago del alquiler para poder pagar los diezmos, algo de lo que también hemos oído hablar.
Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez,
sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad
como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos (II Corintios 8:13-15)
Aquí Pablo asegura a los corintios que no estaba intentando destrozarlos sólo porque eran una asamblea numerosa y rica. Más bien les pide que consideren que si bien en el presente su riqueza podría compensar la necesidad de otros hombres, podría llegar el día en que esta situación se revierta.
Pablo luego concluye este pasaje citando Éxodo 16:18, donde leemos que algunos en Israel recogieron “mucho” maná, mientras que otros recogieron “poco”, y sin embargo las necesidades de todo el pueblo de Dios fueron satisfechas. De la misma manera, las necesidades del pueblo de Dios hoy siempre podrán satisfacerse, si los que pueden dar mucho dan mucho, y si los que pueden dar poco, dan poco. Como se ha dicho: “¡Poco es mucho cuando Dios está en ello!”
Mientras que Pablo retoma el tema de dar nuevamente en el Capítulo 9, el resto del Capítulo 8 trata del cuidado que siempre deben tener los líderes espirituales para asegurar que el dinero del Señor sea manejado por hombres honestos, de una manera tan abierta que no sea posible culpar al ministerio por el mal uso de tales fondos. Al principio parece extraño que esta sección sobre integridad fiscal esté intercalada entre dos pasajes sobre donaciones. Sin embargo, la garantía de dicha integridad es una parte cabal del proceso de donación. Es comprensible que el pueblo de Dios dude en dar a menos que esté seguro de que el dinero que tanto le ha costado ganar no será mal utilizado, y con razón. Si bien esta sección es importante, es un tema separado del que estamos considerando actualmente, por lo que continuaremos nuestro estudio en el Capítulo 9.
Cuanto a la ministración para los santos, es por demás que yo os escriba (II Corintios 9:1)
Era innecesario que Pablo escribiera a los corintios sobre la necesidad financiera de “los santos”. Estos eran los santos pentecostales a quienes no les faltó nada, mientras el Espíritu les dió poder sobrenatural para juntar sus recursos y vivir en armonía (Hechos 4:34). Pero cuando Israel rechazó el Espíritu apedreando a un hombre lleno de Él, estos santos sinceros de Jerusalén se convirtieron en los santos pobres en Jerusalén (Romanos 15:26). En el Concilio de Jerusalén, a Pablo se le pidió que recordara a estos pobres santos, algo que estaba ansioso por hacer (Gálatas 2:10), animando a los gentiles a quienes ministraba a contribuir a esta causa.
Fue más que apropiado que los gentiles ayudasen a estos santos del reino. Después de todo, habían sido hechos participantes de las cosas espirituales de Israel, por lo que era justo que les ministraran en las cosas materiales (Romanos 15:27). Por supuesto, hoy el pueblo de Dios debe ministrar cosas materiales a los líderes espirituales que actualmente les ministran en asuntos espirituales (I Corintios 9:11). Esto permite a estos hombres de Dios ministrar a los “santos pobres” espiritualmente, que desconocen “las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles” (Colosenses 1:27). Hoy en día, si algo es “por demás”, es que los líderes de la Gracia tengan que recordarnos esta necesidad, pues una mirada a la iglesia profesante muestra la gran necesidad del mensaje que ministramos.
_pues yo conozco vuestra buena voluntad, de la cual yo me glorío entre los de Macedonia, que Acaya está preparada desde el año pasado; y vuestro celo ha estimulado a la mayoría **_(II Corintios 9:2)**_
La razón por la que fue superfluo que Pablo les escribiera más sobre esta necesidad, es porque estaban convencidos de ello un año antes y había prometido una cantidad considerable de dinero como resultado.
Pero ahí estaba el problema. Pablo había alardeado de la promesa que los corintios habían hecho a los macedonios, muchos de los cuales se habían sentido provocados a dar más allá de sus posibilidades cuando se enteraron del celo de los corintios. Ahora que los corintios no habían cumplido su promesa, parecía que Pablo era culpable de fraude, al haber estafado a los pobres macedonios para que dieran más allá de sus posibilidades, al hablarles de la generosidad de los corintios, ¡que nunca se cumplió!
Pero he enviado a los hermanos, para que nuestro gloriarnos de vosotros sea vano en esta parte; para que como lo he dicho, estéis preparados;
no sea que si vinieren conmigo algunos macedonios, y os hallaren desprevenidos, nos avergoncemos nosotros, por no decir vosotros, de esta nuestra confianza. (II Corintios 9:3,4)
¡Aquí Pablo advierte a los corintios que podría “casualmente” traer a algunos macedonios con él en su viaje a Corinto! ¡Imagínese lo avergonzados que se sentirían estos corintios ricos en presencia de dadores tan sacrificados! A los ciudadanos pobres no les importa pagar sus impuestos cuando tienen la seguridad de que los ricos pagarán su parte, pero cuando se enteran de que los ricos están evadiendo su responsabilidad, se sienten traicionados, con razón. Pablo ofrece aquí a los corintios la oportunidad de cumplir su voto y evitar una situación igualmente embarazosa.
Cuán generoso es el que Pablo se ofrezca a compartir la vergüenza de ellos si no cumplían lo que habían prometido. Estoy seguro de que esto le pasa al lector todo el tiempo; ya sabes, cómo tu jefe aprovecha la oportunidad de compartir la culpa por tus fracasos en el trabajo. Esto rara vez es el caso, por supuesto, ¡pero así era el corazón de Pablo!
Por tanto, tuve por necesario exhortar a los hermanos que fueran primero a vosotros y preparasen primero vuestra generosidad antes prometida, para que esté lista como de generosidad, y no como de exigencia nuestra (II Corintios 9:5)
Pablo fue enviando cuidadosamente hombres a Corinto antes de su propia visita, permitiendo gentilmente que los corintios salvaran las apariencias, cumpliendo su promesa antes de que el peso de su visita apostólica cayera sobre la asamblea. Si no aprovechaban esta oportunidad y retrasaban su contribución hasta que llegara el propio Pablo, ¡parecería que se negaron a desprenderse de su promesa, hasta que el mismo Pablo vino y se la arrancó de las manos!
Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará (II Corintios 9:6)
Asemejar las ofrendas del creyente con la agricultura es una comparación excelente. Cuando el sembrador siembra su semilla, parece que está tomando una semilla en perfecto estado y tirándola. Cuando damos para la obra del Señor, a veces escuchamos a los incrédulos decir: “¡Estás simplemente desperdiciando tu dinero!” Pero Pablo dice que cuando damos de nuestras finanzas al ministerio estamos sembrando, no tirando. Lejos de ser un desperdicio de dinero, estas contribuciones son inversiones en la eternidad.
Todo agricultor sabe que si siembras escasamente, cosecharás escasamente. Por supuesto, lo único que este escritor suburbano alguna vez sembró fue la semilla de nuestro césped. Francamente, no sabíamos lo que estábamos haciendo, pero sabíamos lo suficiente de este versículo como para sembrar pesadamente, entrecruzando la semilla y el fertilizante con nuestro esparcidor al voleo más allá de lo recomendado. El resultado fue un césped que era la envidia del vecindario, al menos hasta que las demandas cada vez mayores del ministerio en los años siguientes llevaron a una negligencia criminal en cuanto al herbicida, que resultó en la mejor cosecha de dientes de león en el área de los tres condados. Sabemos que está mal culpar así al ministerio, pero esa es nuestra historia, ¡y nos apegamos a ella!
Pero, ¿qué podían esperar “cosechar” los corintios al sembrar abundantemente para los santos pobres de Jerusalén? Ah, la aceptación de estos santos del reino como hermanos. Recordará que en el Concilio de Jerusalén los santos del reino acordaron aceptar como legítima la salvación de los gentiles sin la circuncisión. Pero insistieron en que estos nuevos hermanos al menos recordaran “abstenerse de las contaminaciones de los ídolos, de la fornicación, de lo ahogado y de la sangre” (Hechos 15:20). ¡Obviamente aceptaron a los gentiles como hermanos con algunas reservas! Pero con la colecta de Pablo entre los gentiles para los santos del reino, surgió una oportunidad de cimentar la relación entre estos creyentes hebreos y el Cuerpo de Cristo. Si los gentiles sembraran abundantemente, cosecharían una abundante aceptación entre sus hermanos judíos.
Pero, ¿qué espera cosechar hoy el pueblo de Dios mediante la siembra abundante para la obra del Señor? Primero, todos los verdaderos creyentes apoyan el ministerio con la esperanza de ver almas llegar a conocer a Cristo. Entonces todos los creyentes de la Gracia siembran de sus finanzas también con la esperanza de “aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio” (Efesios 3:9). Si bien estas cosas son recompensa suficiente en sí mismas cuando suceden, seguramente aquellos que siembran abundantemente para la obra del Señor también cosecharán una recompensa abundante en el tribunal de Cristo.
Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre (II Corintios 9:7)
Observe que Dios espera que “todo hombre” dé. Si bien algunos no pueden dar tanto como otros, todos pueden dar algo.
La palabra griega para “propósito” es una palabra compuesta que significa “elegir antes”, y por eso habla de cómo debemos planear nuestras ofrendas. Así como debemos presupuestar nuestras finanzas para cubrir nuestras facturas mensuales, Dios espera que nos propongamos de antemano lo que planeamos dar a Su obra. Con demasiada frecuencia reservamos dinero para todo lo demás y luego le damos a Dios lo que queda, en lugar de lo que es correcto.
¿Cuánto es lo correcto? Bajo la Gracia, eso depende del dador. Pero Pablo dice que cualquier cosa que el dador determine dar, debe venir de “su corazón”, y no debe darse “de mala gana o por necesidad”. Mientras asistíamos a un partido de béisbol en Milwaukee con nuestro hijo, un hombre sentado cerca de nosotros atrapó un jonrón del equipo visitante. La bulliciosa multitud comenzó a incitar al hombre a lanzar la pelota de nuevo al campo, para mostrar desprecio por el preciado recuerdo, porque procedía del equipo contrario, como lo hacían los fanáticos de los Cachorros en el Wrigley Field de Chicago. El hombre se mostró reacio a hacerlo; al fin y al cabo, ¡un souvenir es un souvenir! Si hubiera obedecido, la multitud se habría sentido complacida, pero el hombre se habría sentido coaccionado. De la misma manera, si bien Dios se complace con lo que damos, desea de que nunca nos sintamos coaccionados, sino que demos con un corazón agradecido por todo lo que ha hecho por nosotros.
Es interesante que la palabra griega para “con tristeza” se traduce “dolor” en Juan 16:21, y se refiere a los dolores de parto que experimenta una mujer al dar a luz. Francamente, si separarte de tus riquezas te causa la misma cantidad de dolor y sufrimiento que soporta una mujer cuando se separa de un bebé, Dios no quiere tu dinero. Si das con un espíritu tan pobre, Dios bendecirá y usará tu dinero, e incluso te recompensará por darlo, pero tu recompensa no será la que podría haber sido. Permítanos ilustrar este principio de la gracia desde el Libro de Filemón, la epístola que no enseña las grandes doctrinas de la Gracia, las ilustra.
Onésimo, el esclavo de Filemón, se escapó, sólo para encontrarse con Pablo y ser salvo. Pablo devolvió a Onésimo a su maestro, pero a la luz de la deuda de Filemón con Pablo por guiarlo a Cristo, Pablo consideró retener a Onésimo para poder servirse de él, en lugar de Filemón. “Pero nada quise hacer sin tu consentimiento”, le dijo Pablo, “para que tu favor no fuese como de necesidad, sino voluntario” (Filemón 1:14). Si Pablo hubiera mantenido al siervo de Filemón como suyo, Filemón se habría beneficiado de esto al ser recompensado en el Asiento Bema. Pero si Filemón entregara su siervo a Pablo voluntariamente, y no simplemente por la “necesidad” de las circunstancias, Filemón se beneficiaría mucho más en ese gran día de recompensa. De la misma manera, todo apoyo financiero a la obra de Dios obtendrá una recompensa, pero la voluntad en dar de esa manera extenderá nuestro beneficio más allá de la imaginación cuando algún día estemos ante el trono.
La palabra griega para “alegre” aquí está hilaros, de donde obtenemos nuestra palabra hilarante, lo que sugiere que ¡Dios ama al dador que se divierte en dar! Estas palabras fueron escritas a mediados de diciembre, cuando es difícil encender la televisión sin presenciar a un Ebenezer Scrooge recién “convertido” separándose felizmente de su riqueza. Si la “conversión” de este miserable avaro al “espíritu navideño” produjo una benevolencia tan alegre, cuánto más la conversión genuina de nuestra alma perdida debería conducirnos a una generosidad aún más alegre.
Quizás el lector haya escuchado sobre el pastor que le dijo a su feligrés: “Lloré cuando vi el monto del cheque que le escribiste a la iglesia”. Su feligrés preguntó: “¿Cuánto tiempo lloraste?” “Alrededor de un minuto”, respondió el pastor. “¡Eso no es nada, lloré durante una hora cuando lo escribí!” ¡No hay nada alegre en eso!
Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; (II Corintios 9:8)
Existe una tendencia a creer que nuestras finanzas se acumulan únicamente por nuestro propio trabajo duro y decisiones sabias. Si bien esto puede ser cierto únicamente para el incrédulo, tenemos la palabra de Dios de que para el creyente es Él quien nos prospera (I Corintios 16:2), y hace que “toda gracia” abunde en nosotros, como dice aquí. En este contexto, “gracia” no puede referirse a nuestras bendiciones espirituales , porque éstas ya abundaban para los corintios como creyentes (Efesios 1:3), y Pablo habla aquí de la gracia que Dios “puede” dar, en tiempo presente. No, en este contexto “gracia” ya ha sido definida como la gracia de dar (II Corintios 8:1,6,7,19). Por eso, Pablo nos recuerda que Dios nos da financieramente, no sólo para que podamos tener todo lo suficiente en todas las cosas en la vida, para satisfacer nuestras necesidades financieras, si no nuestros deseos (Filipenses 4:19), sino también para que “abundemos para toda buena obra”. Y en este contexto, la “buena obra” de la que habla Pablo es indiscutiblemente la “buena obra” de dar al Señor (I Timoteo 6:18 cf. Mateo 26:10). Al principio de esta epístola, Pablo nos dice que Dios nos consuela no para que seamos consolados, sino para hacernos consoladores de los demás (II Corintios 1:4). De la misma manera, Dios nos prospera no para hacernos prósperos, como los predicadores de la prosperidad en “salud y riqueza” quieren hacernos creer, sino para que nosotros a su vez prosperemos Su ministerio.
Como está escrito: Repartió; dio a los pobres; Su justicia permanece para siempre (II Corintios 9:9)
¡Pablo difícilmente podría haber seleccionado un versículo más apropiado para reforzar sus palabras! La cita es de Salmos 112:9, un pasaje que comienza bendiciendo al hombre que teme al Señor (Salmos 112:1). Su bendición incluía “bienes y riquezas” (Salmos 112:3), bendiciones que le permitían prestar a los pobres (Salmos 112:5), lo que equivalía a prestar al Señor (Proverbios 19:17). Se le animó a conducir sus asuntos financieros “con juicio” (Salmos 112:5), para poder permitirse dar al Señor, como deberíamos hacerlo nosotros. Debido a que se le prometió una recompensa eterna (Salmos 112:6), no permitió que las malas noticias de caídas en la economía desanimaran sus ofrendas (Salmos 112:7), y nosotros tampoco deberíamos hacerlo. Su corazón estaba “asegurado” y decidido a ser fiel en su dar, “confiado en el Señor”, que Él proveería sus necesidades mañana si le daba al Señor hoy, como deberíamos hacerlo nosotros. Él no tuvo miedo de seguir dando hasta que vio a sus enemigos derrotados (Salmos 112:8), así como nosotros no debemos temer dar hasta que todos nuestros enemigos sean vencidos en el Rapto. Finalmente, sus recompensas serán eternas (Salmos 112:9), al igual que las nuestras.
Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia (II Corintios 9:10)
Si le das grano a tu esposa, ella podrá prepararte una comida. Sin embargo, si le das grano a un agricultor, él puede plantar tu semilla y producir un cultivo que puede alimentarte a ti y a muchos otros. De manera similar, todo el dinero que usted da a la obra del Señor ministra semilla al sembrador, permitiendo que su pastor no sólo le enseñe la Palabra de Dios a usted, sino también a otros, aumentando así los frutos de su justicia.
para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios. Porque la ministración de este servicio no sólo suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios (II Corintios 9:11,12)
Pablo declaró anteriormente, como afirma aquí, que Dios nos enriquece materialmente para que podamos ser dadores generosos. Sin embargo, aquí amplía ese pensamiento y muestra cómo nuestra generosa donación completa el círculo. ¡Dios dio a los corintios, quienes dieron a los santos pobres (¡eventualmente!), quienes a su vez dieron gracias a Dios! Hoy, Dios nos bendice financieramente para que podamos dar, para que el pueblo de Dios sea bendecido y otros puedan ser alcanzados, ¡quienes a su vez den gracias a Dios! Mientras que algunos hablan del “círculo de la vida”, Pablo habla aquí del círculo de la vida eterna, un círculo del que los dadores tienen la bendición de ser parte.
pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos;
asimismo en la oración de ellos por vosotros, a quienes aman a causa de la superabundante gracia de Dios en vosotros (II Corintios 9:13,14)
Aquí Pablo asegura a los corintios que su contribución ciertamente convencería a los pobres santos de que la profesada obediencia al evangelio de los corintios era legítima y haría que no sólo oraran por ellos, sino que realmente los amaran. ¡Qué rica cosecha de apoyo en oración y buena voluntad tuvieron la oportunidad de recoger entre los santos del reino!
Es interesante que Pablo llame a la colecta para los santos pobres una “experiencia”. No estaba del todo seguro de que los santos del reino aceptarían caridad de estos nuevos hermanos gentiles, y por eso pidió a los romanos que oraran con ese fin (Romanos 15:31).
Pero en un sentido más amplio, todo el concepto de dar bajo la Gracia fue un experimento de parte de Dios. En los tiempos del Antiguo Testamento, el ministerio del sacerdocio se sustentaba en una donación obligatoria llamada diezmo. ¡Esperar que el ministerio bajo la Gracia se mantuviera enteramente mediante donaciones voluntarias fue realmente un experimento audaz! ¡Imagínese decirles a los ciudadanos de los Estados Unidos que de ahora en adelante su apoyo financiero al gobierno sería completamente voluntario!
No es que Dios tuviera ninguna duda de que este experimento de donación de gracia funcionaría. Mientras que los científicos a menudo realizan experimentos sin saber cuál será el resultado, los maestros de ciencias a menudo realizan experimentos en el aula para demostrar a los estudiantes lo que ya saben que es cierto. Y así es que, si bien Dios mismo sabía que su ministerio podía operar únicamente sobre la base de ofrendas voluntarias, nos preguntamos si tal vez los ángeles tenían sus dudas. Pero cuando el pueblo de Dios da como debe y la obra de Dios puede funcionar para Él, los principados y potestades en los lugares celestiales quedan convencidos de la multiforme sabiduría de Dios en esta área, como en todas las demás (Efesios 3:10).
¡Gracias a Dios por su don inefable! (II Corintios 9:15)
Pablo cierra este pasaje sobre el dar recordándonos una vez más a Aquel que se entregó por nosotros en el Calvario. Si bien el don de los macedonios era casi indescriptible si se considera su profunda pobreza, nadie se atrevería jamás a hablar, para pedirle a Dios Padre que diera a Su Hijo por nuestros pecados, ¡lo que lo convierte en un don verdaderamente indescriptible!
Cerramos alentando al lector a considerar seriamente convertirse en un partidario regular de ministerios que predican el evangelio de la gracia de Dios y enseñan la Palabra de Dios, correctamente separada. La arena pasa rápidamente a través del reloj del tiempo, y los momentos que quedan en la dispensación de la gracia de Dios se acaban. En el momento en que escuchemos la trompeta, será eternamente demasiado tarde para dar con sacrificio a la obra del Señor. Y por eso te animamos ahora a dar lo que no puedes conservar (I Timoteo 6:7) para que puedas ganar lo que no puedes perder, recompensas eternas con Él.
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