Una Orden De Silencio – II Corintios 12:1-4

John Fredericksen|Nosotros en Estados Unidos disfrutamos de dos libertades importantes que nos garantizan las enmiendas a nuestra constitución: la libertad de expresión y la libertad de prensa. Si bien estas son vitales para nuestra forma de vida, no es raro que un juez en un tribunal dicte una “orden de silencio” sobre un caso pendiente.

por el pastor John Fredericksen

La Sociedad Bíblica Bereana (Berean Bible Society) publica diariamente en su sitio web artículos devocionales con el nombre Daily Transformation. En 2T15, publicamos traducciones al español de dichos artículos, con la finalidad de poner el mensaje de la gracia de Dios al alcance de los hermanos en Cristo de habla hispana. Sea de bendición para su vida.

ver original

Nosotros en Estados Unidos disfrutamos de dos libertades importantes que nos garantizan las enmiendas a nuestra constitución: la libertad de expresión y la libertad de prensa. Si bien estas son vitales para nuestra forma de vida, no es raro que un juez en un tribunal dicte una “orden de silencio” sobre un caso pendiente. Cuando así lo especifica el tribunal, los acusados, abogados, víctimas, familiares de las víctimas, funcionarios judiciales e incluso la prensa tienen absolutamente prohibida la difusión de cualquier información sobre el caso. Esto se hace para asegurar mejor un juicio justo por parte de un jurado imparcial.

El apóstol Pablo se refiere a alguien, presumiblemente él mismo, a quien se le había dictado lo que equivale a una orden divina de silencio por el Señor. Él afirma: “Conozco a un hombre en Cristo… arrebatado hasta el tercer cielo… al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar” (II Corintios 12:2-4). La palabra “paraíso” significa parque, jardín o lugar de felicidad futura. Aquí se le llama el tercer cielo, por encima de la atmósfera terrestre y el espacio exterior. Es la morada de Dios. ¿Alguna vez te has preguntado por qué el Señor no permitiría una descripción vívida y detallada de este lugar? Ya sabemos que nuestra morada eterna será en los “lugares celestiales” (Efesios 2:6; 1:3). Una vez llevados al cielo, tendremos el gozo absoluto de estar “siempre con el Señor” (Jesús, que nos rescató, 1 Tesalonicenses 4:17). Se nos “resucitará [con un] cuerpo espiritual” (I Corintios 15:44). Asumimos, como los santos del reino en la eternidad, que “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4). 1 Corintios 6:9 afirma claramente que los pecadores no estarán presentes en el cielo. Por lo tanto, concluimos que cada hijo de Dios en el cielo experimentará la libertad de la vieja naturaleza y finalmente podrá vivir sin pecado. Podremos ver el poder, la majestad y la belleza indescriptible del trono de Dios (Apocalipsis 4:1-6). Sin embargo, toda esta información parece ser sólo la proverbial punta del iceberg sobre lo maravilloso que será el cielo.

¿Por qué no se nos permite saber más? Tal vez sea porque podríamos perder el enfoque en nuestra misión terrenal de servir a Cristo, acelerar nuestra partida o impedir que Satanás pervierta nuestros conceptos de la eternidad. Pero sabemos lo suficiente como para regocijarnos con estas riquezas futuras, incluso hoy.

Publicar un comentario

0 Comentarios