El Deseo Y La Oración De Pablo

Paul M. Sadler|La historia de la conversión de John Newton es bastante notable.

por Paul M. Sadler

La Sociedad Bíblica Bereana (Berean Bible Society) publica semanalmente en su sitio web artículos devocionales con el nombre More Minutes with the Bible. En 2T15, publicamos traducciones al español de dichos artículos, con la finalidad de poner el mensaje de la gracia de Dios al alcance de los hermanos en Cristo de habla hispana. Sea de bendición para su vida.

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En el pequeño pueblo de Olney, Inglaterra, se encuentra una gran lápida de granito. Si te arrodillases frente a esta majestuosa piedra leerías la siguiente inscripción:

“John Newton, secretario, una vez infiel y libertino, proveedor de esclavos africanos, fue, por la rica misericordia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, preservado, restaurado, perdonado y designado para predicar la fe que durante mucho tiempo se había esforzado por destruir”. (101 historias de himnos por Kenneth W. Osbeck, Gracia Admirable, página 28, Publicaciones Kregel, Grand Rapids, Michigan.)

La historia de la conversión de John Newton es bastante notable. Cuando era joven vivió una vida de absoluto libertinaje y rebelión contra Dios y su prójimo. Durante esos años su madre oró por él sin cesar y frecuentemente compartía el evangelio con él. Desde muy joven se hizo cargo del negocio de comercio de esclavos de su padre, transportando esclavos entre Sudáfrica e Inglaterra.

Relata cómo en uno de los viajes de regreso a Inglaterra se desató una tormenta en el mar en medio de la noche. Aparentemente, ese viejo barco casi fue destrozado por el océano embravecido, lo que provocó que el barco se llenara de agua. Mientras las olas barrían violentamente la proa del barco, parecía que había pocas esperanzas de sobrevivir a la terrible experiencia. En medio de la tormenta, Newton se retiró a su camarote, seguro de que perecería en el mar aquella fatídica noche. ¡Dios tiene maneras interesantes de llamar nuestra atención! Cuando nos enfrentamos a nuestra propia mortalidad, rápidamente recurrimos a las cosas espirituales.

Mientras Newton reflexionaba sobre su condición espiritual, buscó entre sus pertenencias y sacó un librito titulado “La imitación de Cristo”, de Tomás de Kempis, que su madre le había regalado poco antes de su muerte. Esa noche leyó el libro completo de principio a fin y, como resultado, confió en Cristo como su Salvador personal. Poco después comenzó a predicar la fe que durante mucho tiempo había tratado de destruir. Literalmente, miles de personas vinieron a escuchar a este viejo capitán de barco compartir cómo Cristo lo había salvado de las profundidades del pecado. Además de convertirse en un defensor de la abolición de la esclavitud, John Newton es probablemente mejor conocido como el autor del querido himno Gracia Admirable.

Oh gracia admirable, ¡dulce es! ¡Que a mí, pecador, salvó! Perdido estaba yo, más vine a sus pies; Fui ciego, visión me dio.

Es realmente sorprendente lo que la gracia de Dios puede hacer en una vida. Al igual que el apóstol Pablo, John Newton tenía una carga por las almas perdidas. Ambos tenían un anhelo de que sus compatriotas pudieran ser salvos.

El deseo del corazón de Pablo

Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. (Romanos 10:1 - RV1960)

Como sabemos, Romanos 9, 10 y 11 son los capítulos dispensacionales del Libro de Romanos. En el capítulo 9 tenemos el pasado de Israel; aquí vemos la pasión de Pablo por la nación elegida. El estado presente de Israel es el tema del capítulo 10; aquí aprendemos de su incredulidad. Finalmente, en el capítulo 11 tenemos lo que le espera al futuro Israel; aquí el apóstol responde a la pregunta “¿Ha desechado Dios a su pueblo… al que antes conoció?”

El pasaje anterior es sólo uno de los dos pasajes donde se nos dice que oremos por los no salvos. Todas las demás referencias a la oración en las epístolas de Pablo se refieren al creyente. El pastor Win Johnson y yo estábamos discutiendo este pasaje una noche y le pregunté por qué la mayor parte de los pasajes sobre la oración tenían que ver con aquellos que son salvos. Sintió que era porque el creyente está en guerra. Estamos inmersos en un gran conflicto espiritual con un enemigo que busca destruir nuestros hogares y matrimonios cristianos. Muchas veces Satanás vuelve a un creyente contra otro, deseando sembrar discordia entre los hermanos. Amado, la persona sentada a tu lado no es el enemigo. Aunque te hayan herido profundamente, por el bien de la causa de Cristo debes perdonarlos como Cristo te perdonó a ti. Debemos orar unos por otros sin cesar. Después de todo, somos miembros de Su Cuerpo, miembros los unos de los otros.

Pero también debemos orar por los no salvos. El deseo y la oración del corazón de Pablo por sus compatriotas era que pudieran ser salvos. Me atrevería a decir que antes de tu conversión a Cristo alguien oraba por la salvación de tu alma. En mi vida, fue una tía abuela piadosa quien oró por mí durante casi veinte años. El día que le dije que había venido a Cristo ella dijo que siempre estuvo confiada en que el Señor me salvaría. Luego agregó: “Ahora voy a orar para que el Señor te use de manera maravillosa para alabanza de Su gloria”. Hermanos, no sólo debemos orar por el incrédulo, sino que también debemos compartir el evangelio con él. Esta era la práctica de Pablo, como lo confirman los siguientes pasajes.

Romanos 9, 10 y 11 tratan principalmente de Israel a nivel nacional y de las naciones gentiles en relación con ella. Sin embargo, debemos recordar que el apóstol está tratando con el estado actual de Israel en el capítulo 10. Por lo tanto, al ver que la nación elegida ya ha sido puesta a un lado en incredulidad, Pablo se dirige a los israelitas individuales.

Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen [es decir, sin posibilidad de recuperación]? En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos. (Romanos 11:11)

¡La lapidación de Esteban fue el Waterloo de Israel! Este evento marcó la caída de Israel, en lo que a Dios concernía. Pero ¿por qué este acontecimiento en particular fue tan crítico históricamente? Sirvió como la culminación de años de rebelión y rechazo dentro de la nación elegida. Humanamente hablando, el desechamiento de Israel fue un proceso gradual que tuvo lugar durante un período de treinta años. Cuando Pablo escribió las palabras del capítulo 10 de Romanos, Israel no sólo había caído a nivel nacional, sino que la disminución de la nación también estaba llegando a su fin. Así que ya se había dado el último toque a la nación descarriada.

Con la introducción de una nueva dispensación, Dios en su gracia extiende la oferta de salvación a individuos israelitas. Curiosamente, Pablo comienza con la nación en Romanos capítulo 10 usando pronombres plurales: “ellos”, pero cambia a pronombres singulares más adelante en el capítulo cuando se dirige a israelitas individuales.

Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios (Romanos 10:1,2)

Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. (Romanos10:8,9)

Israel lo hizo a su manera

Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios (Romanos 10:2,3)

En Israel había un deseo ardiente de servir al Dios vivo y verdadero. Ella estaba ardiendo por las cosas del Señor. El único problema era que su celo no estaba acorde al conocimiento. Había una sensación de que Pablo podía relacionarse con sus compatriotas, ya que había tenido el mismo deseo antes de su conversión. Después de exponer una impresionante lista de credenciales en Filipenses 3, el apóstol afirma: “En cuanto a celo, perseguidor de la iglesia” (Filipenses 3:6). Pablo, intentando hacerse aceptable ante Dios mediante buenas obras, pensó que al perseguir a la Iglesia y arrasarla, le estaba haciendo un favor a Dios (Juan 16:2,3).

Israel tuvo la misma actitud. Como se ha señalado, su celo no era conforme al conocimiento. El término “ciencia” en este pasaje es la palabra griega epignosis. Da la idea de tener un conocimiento más completo o una comprensión más perfecta. Pablo fue el primero en usar este término, y lo usa frecuentemente, por esta razón: había recibido una revelación especial del Señor de la gloria, por lo tanto, tenía un conocimiento más completo de la voluntad de Dios. Por ejemplo, con la abolición del sistema de sacrificios, “tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados, según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7). Hoy existe el camino nuevo y vivo: ¡Cristo!

Lamentablemente, Israel, a nivel nacional, ignoraba la justicia de Dios. Ella no podía entender cuán justo es realmente Dios. Él es perfecto en todas las cosas y aquellos que entran en Su presencia deben ser perfectos. Pero pastor: “¡Nadie es perfecto!” Ese es el problema: debes ser perfecto para vivir en la presencia de Dios. Simplemente por creer en el Señor Jesucristo, el pecador es sacado de Adán y puesto en Cristo. Sólo en Él está la redención; Él es la justicia de Dios (I Corintios 1:30).

Pero Israel buscó establecer su propia justicia tratando de guardar la ley. Para ilustrar lo que el apóstol quiere decir aquí, estamos en deuda con nuestro Señor por la siguiente parábola.

A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (Lucas 18:9-14)

Este fariseo altivo y poderoso, un líder religioso conservador en ese momento, pensó que estaba bien con Dios, ya que guardaba meticulosamente la letra de la ley. Ayunaba religiosamente y daba diezmos obedientemente como lo exigía la ley. Se jactó ante Dios de que estaba agradecido de no ser como otros hombres que eran pecadores impíos. Estaba especialmente agradecido de no ser como el publicano que también estaba en el templo, ofreciendo una oración a Dios. Los publicanos eran la escoria de la tierra. Serían parecidos a nuestra gente de la calle de hoy.

Sin embargo, el publicano se humilló delante de Dios, orando para que el Señor fuera propicio a él, siendo un pecador. Curiosamente, el término “propicio” aquí se remonta al propiciatorio del Antiguo Testamento, donde la sangre era rociada para la expiación del pecado. Verás, el publicano había respondido a Dios en fe, orando para que Dios tuviera misericordia de él, como la tuvo con la nación cuando miró la sangre en el propiciatorio. Bajo la vieja economía, la fe siempre obedecía la ley, que servía como expresión externa de una respuesta adecuada a Dios.

La mayoría dentro de la nación elegida era como el fariseo que buscaba obtener una posición justa ante Dios a través de las obras de la ley. Esto es lo que el apóstol tenía en mente cuando dice que andaban buscando establecer su propia justicia. No entendieron que la intención de la ley no era salvarlos; más bien, era para darles conocimiento del pecado para que pudieran, como el publicano, arrojarse a la misericordia de Dios y ofrecer un sacrificio por la fe.

Mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo (Romanos 9:31,32)

La justicia de Dios

[Ellos] no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree. (Romanos 10:3,4)

Creemos que Cristo es el fin de la ley en dos sentidos. En primer lugar, la ley era simplemente un ayo (maestro de escuela), cuyo objetivo era llevar a aquellos que estaban bajo ella hasta Cristo, para que pudieran ser justificados por la fe. Cuando Cristo llevó a cabo Su ministerio terrenal, la meta de la ley se cumplió, por lo que Israel ya no está bajo ayo. Segundo, Cristo no vino para destruir la ley y los profetas sino para cumplirlos. Cumplió perfectamente cada estipulación de la ley en espíritu y obra; por lo tanto, Él también terminó con ella (Gálatas 3:24,25 cf. Colosenses 2:14). ¡Cristo, entonces, es la justicia de Dios!

Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas. (Romanos 10:5)

¿Era justa la ley de Dios? ¡En efecto! El problema, como ves, no estaba en la ley, sino en el hombre pecador que no podía guardarla perfectamente. Si un hombre quebranta una de las leyes de Dios, es un transgresor de la ley. Este es precisamente el punto que señala Santiago: “Cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). La ley era incapaz de impartir vida; apuntaba con su dedo huesudo al rostro del acusado y esencialmente pronunciaba una sentencia de condena. El eminente erudito griego Kenneth Wuest escribió el siguiente profundo verso poético sobre la ley:

Haz esto y vive la ley manda, pero no me da pies ni manos, Una mejor palabra trae el evangelio, me invita a volar y me da alas.

Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). (Romanos 10:6,7)

En los versículos 5 al 8, Pablo contrasta el “camino de la ley” con “el camino de la fe”. Puesto que Moisés era tan venerado en Israel, el apóstol cita al gran Legislador, pero reformula sus palabras bajo la dirección del Espíritu Santo. Para entender apropiadamente el argumento de Pablo, primero será necesario considerar la declaración original de Moisés:

Porque este mandamiento que yo te ordeno hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en el cielo, para que digas: ¿Quién subirá por nosotros al cielo, y nos lo traerá y nos lo hará oír para que lo cumplamos? Ni está al otro lado del mar, para que digas: ¿Quién pasará por nosotros el mar, para que nos lo traiga y nos lo haga oír, a fin de que lo cumplamos? (Deuteronomio 30:11-13)

A medida que Moisés se acercaba al final de su vida, los hijos de Israel estaban dolorosamente conscientes de que solo estaría con ellos por un corto tiempo. Sabían que Moisés había hablado directamente con Dios en su nombre, pero ¿quién les ministraría después de que el Libertador se hubiera ido? Moisés les instruye en consecuencia: No digáis, ¿quién subirá al cielo y nos traerá la revelación de Dios, o quién cruzará el mar para traernos un maestro? La voluntad de Dios para vosotros se encuentra en los Libros de la Ley; no necesitas buscar más. Está a tu alcance: en tu boca y en tu corazón.

Pablo remodela las palabras de Moisés para revelar que la salvación por gracia mediante la fe ahora estaba disponible para los israelitas individuales a través de Cristo. No es necesario que alguien ascienda al cielo, porque eso es hacer descender a Cristo. Esto sería crucificar de nuevo al Hijo del Hombre. ¡En ninguna manera! Él ya vino y se ofreció a sí mismo como sacrificio una vez y para siempre por los pecados del mundo. Tampoco es necesario preguntar: “¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos)”. Cristo ya había vencido el pecado y la muerte y resucitado victorioso sobre ellos. ¡La obra estaba terminada!

“Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos” (Romanos 10:8). Note que Pablo dice: “La palabra de fe que predicamos”. ¿Qué predicó el apóstol para que un alma perdida fuera salva? Simplemente esto, Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó, las tres cosas están implícitas en los pasajes anteriores. Esencialmente, Pablo dijo a sus compatriotas que la salvación está cerca, incluso en su boca cuando leen la Palabra, y en su corazón si la creen. Cristo ha abolido el sistema de desempeño; simplemente coloca tu fe en el Señor Jesucristo.

Confesión y fe

Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. (Romanos 10:9,10)

Este pasaje ha sido una piedra de tropiezo para muchos queridos santos. Primero, Pablo no está hablando de la confesión pública ante los hombres como un requisito previo para ser salvo. Si así fuera, la salvación estaría asociada a una obra. El apóstol usa aquí la boca y el corazón en el sentido espiritual. Debemos agregar que tanto la confesión como la fe están en armonía entre sí. De hecho, son dos caras de una misma moneda. El contexto corrobora que Pablo se refiere a nuestro ser más íntimo. Él dice en el versículo 6: “No digas en tu corazón”, es decir, no pienses ¿quién ascenderá al cielo?, etc. De la misma manera cuando oímos el evangelio nos dijimos en el fondo de nuestro corazón: ¡Creo!

Pablo llama a sus compatriotas a confesar o reconocer que el Señor Jesús murió por sus pecados y resucitó. El apóstol pone especial énfasis en la resurrección, porque si bien muchos de sus lectores sabían muy bien que Cristo había sido crucificado, es posible que no se dieran cuenta de que había vencido la muerte y resucitado al tercer día. La salvación está en una persona, y esa persona es el Señor Jesucristo. Una vez que la relación vertical se establece con el Salvador por la fe, eventualmente afectará todas nuestras relaciones horizontales que tenemos unos con otros. Así “conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamos” (II Corintios 4:13).

Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. (Romanos 10:11-13)

Aquellos que confían en Cristo nunca serán avergonzados ni derrotados. Somos salvos de la ira venidera, no sólo en cuanto al período de la tribulación futura, sino también del juicio venidero. Afortunadamente, en Cristo estamos fuera del alcance de la ira de Dios.

También aprendemos aquí que hoy no hay diferencia entre los judíos y los gentiles que invocan al Señor. Esto era inaudito bajo la anterior dispensación de la ley. Una vez más, esto es epignosis o ese conocimiento más pleno de la voluntad de Dios del que Pablo habló antes. Antes de la fundación del mundo, Dios había preordenado la Iglesia de esta época, lo cual es únicamente una verdad paulina. Por consiguiente, en la administración de la Gracia hay un Cuerpo que se compone de judíos y gentiles sin distinción.

Aunque el apóstol cita algo del Antiguo Testamento cuando afirma: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”, este pasaje debe interpretarse a la luz de la revelación entregada a Pablo. En el pasado, todo aquel que invocaba al Señor era salvo por medio de Israel. Hoy, todo aquel que cree es salvo a pesar de Israel, ya que ella ha sido temporalmente desechada por su incredulidad (Isaías 49:6 cf. Romanos 11:11,15,25).

¿Has invocado al Señor para ser salvo? En caso contrario, te rogamos que lo hagas sin demora. Estás colgando sobre el lago de fuego, de un fino hilo de existencia humana. Pronto los fuegos de la ira de Dios te consumirán y el peso de tus pecados te hundirá en la oscuridad eterna por los siglos de los siglos. Huye de la ira venidera. ¡Cree en el Señor Jesucristo, que llevó tus pecados en la Cruz, y serás salvo!

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